lunes, 31 de mayo de 2010

Cosa de hombres

- Le vua a hacer una pregunta Chango sin ánimo de molestar, me entró la curiosidad desde que usté le dice a su madre, a Eva, a la almohada, hasta a Lola le dice, pero a mi nunca y me dan como ganas de saber ¿vio? porque papá lo quiere mucho a Goyo y Goyo ¿lo quiere a Papá?

- Siii te quiero papaaaaaaá (con tono de "pero sí quedate tranqui mirá las cosas que se te ocurren" y esa sonrisa inmensa de sandía recién lustrada que me hace).

- Bueno Tano me sacó un peso de encima mire, y ya que estamos en tema y si no es abusar de su confianza dígame ¿a quién quiere más a papá o a mamá?

Pausa grave y reflexiva como rumiando la respuesta .... un minuto más o menos.

- A mamá (con gesto serio y tono de "a mamá toda la vida y por afano").

- Ya me lo sospechaba Tano mamero, blandengue y sobeta.

martes, 25 de mayo de 2010

¡Viva la Patria!

... para nosotros, para nuestra posteridad y para todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino ...

martes, 18 de mayo de 2010

Margretta

Cada verano la misma historia, con todas las materias de ciencias exactas al hombro y peligrando en algún caso el pase de año, al volver de las vacaciones mi madre me hacía cumplir un exilio forzoso de casi dos meses en la antigua casona de mi abuela ubicada en Villa Ballester, lugar que concentra una muestra importante de alemanes inmigrantes en el gran Buenos Aires. Así son los teutones, Dios los cría y ellos se juntan. No es que a la Colorada le faltara empeño para enderezar retoños torcidos como quien suscribe, pero tampoco se podía soslayar la implacable eficiencia de la vieja y su scoring impecable de hacerme aprobar todos los años todas las materias pendientes, así que era una fija nacional, el 16 de enero de cada año yo partía, mochila y libros a cuestas, a tomar el tren que va al noroeste.

Mi abuela Margarita (Margretta Johanna Heinze), Margie para su entorno cercano, fue, según yo lo discierno, la mismísima personificación del pragmatismo, capaz como pocas de poner en blanco sobre negro esa compleja gama de matices grises que integra la realidad. Su pensamiento era simple y secuencial; hay reglas a ser cumplidas y hay que hacer lo que hay que hacer, no como si pudiera o no hacerse o hacerse de modo distinto - incluso con una variación infinitesimal - a lo prescripto por la regla, no no; HAY QUE HACER LO QUE HAY QUE HACER, no se si me explico.

Para ser honesto yo disfrutaba de aquellas excursiones y la misión en general se me hacía hasta placentera porque - cierto si - había una agenda estricta de asistencia a la profesora particular que ella contrataba ad efectum por la mañana y cumplimiento efectivo y comprobable de todas los ejercicios que me daba como tarea para el otro día por las tardes, pero también mejoraba notablemente la oferta gastronómica a la que estaba acostumbrado, no sólo porque la vieja tenía manos mágicas (toda su vida eran sus manos) sino también y principalmente porque siempre tuvo una poco disimulada predilección por mí. Mi abuelo solía decir que el día que yo nací se le paró el reloj y ahí quedó todo el amor que tenía hasta el fin de sus días. Digamos si ella me preguntaba qué quería para cenar y a mí se me antojaba un sandwich de oreja de chimpancé con tomate y mayonesa en pan de centeno lo peor que podía pasarme esa noche era que no hubiera conseguido pan de centeno. Mi abuela me amaba más según creo de lo que amó jamás a nadie, era algo palpable.

El aspecto social era la única regla que se me hacía cuesta arriba, en lo que duraba el retiro y hasta el examen en ciernes quedaba absoluta, terminante, inmutable, inclaudicable e insuperablemente prohibida bajo toda circunstancia cualquier salida nocturna de cualquier naturaleza; después de la cena alguna película en la tele y antes de la medianoche a dormir que mañana tempranito había clase particular de la que sólo podía eximirme muriendo durante el sueño. De lunes a viernes vaya y pase pero el sábado me agarraba como cosa nomás de pensar en la terrible joda que estarían disfrutando mis amigos. Algo había que hacer.

Puesto en la necesidad me brotan las coplas como agua de manantial así que uniendo acción y pensamiento me las arreglé para hablar por teléfono público con Dino (en la casa no había teléfono, públicos muy pocos en el barrio y que encima funcionara todo un prodigio) y quedamos en que me pasaría a buscar a la medianoche de aquel sábado para irnos de turné por ahí. El plan era que él se apostaría en la vereda de enfrente (es un barrio de casa bajas) y a las 12:00 en punto haría tres guiños con linterna hacia la ventana de mi cuarto en la planta alta, yo respondería con idéntica contraseña que no había moros en la costa y hecho esto saldría por la ventana, caminaría por el techo de tejas hasta la medianera y por ella hasta cruzar el jardín y saltar a la calle y regresaría por el mismo camino antes del amanecer sin que se hubiera advertido mi ausencia. Hasta hoy sostenemos, tanto Dino como yo, que aquel fue de nuestros mejores planes, tan bueno que incluso casi funcionó.

(continuará)