miércoles, 25 de febrero de 2009

Ashi

Uno hace cosas estúpidas por los amigos, y Tango (el de la foto supra) es mi amigo. Cada primavera sufro viéndolo peinar a contrapelo a Fierita (una perrita mezcla de "vulgar" con "de la calle") sin la más mínima oportunidad de concretar, y llevo un tiempo pensando en remediar eso. Nada es fácil ni viene dado, esto tampoco.

Me asesoré con los que saben; que hay que entrenarlo (se almorzaría al entrenador), que hay que exponerlo (lo siento viejo, hasta aquí llegó mi amor, no tengo presencia de ánimo ni tiempo para esas mariconadas), que no se cuántas cosas más, y todo para que el pobre cristiano le vea la cara a Dios. Vamos mal, estamos meando fuera del tarro, los grandes problemas tienen grandes soluciones: qué exposiciones ni qué mierda, lo que necesita es una hembra en edad de merecer.


En este punto talló la Tana; que no puede ser una perra adulta porque en esta casa viven (y desfilan) niños (propios y ajenos) a los que debe acostumbrarse, que los dogos adultos traen mañas, que es mejor una cachorra que se amolde a nosotros y que Tango espere un poco más.


<¿Por qué no te vas a cagar Tana?> juraría que le oí decir a mi perro.


En fin, busqué, hallé, desembolsé y compré. Esta es Ashima (Ashi para los íntimos), cumplió seis meses, llegó el sábado y tiene los días contados. Unos 240 días más o menos.



Pregunta Lola cómo sabremos cuando ella y Tango tengan la "romancia" (derivación insospechada y de significado incierto del sustantivo romance); muy sencillo - le digo - cuando aparezcan los cachorritos.

Por cierto Ashi, vos creyéndote la única y eras apenas una de ellas.

N. del A.: Le conservamos el nombre que traía para no sumarle otro factor de estrés.

martes, 10 de febrero de 2009

Todo hombre debe tener una mula y una vieja, la mula que no sea tan vieja y la vieja que no sea tan mula

El simpático letrero pintado en la pared del restaurante bastó para predisponer la velada en el orden correcto, el final de un día con cumbres y valles, como todos, pero bien distinto.
Empezó con la propuesta de Eva de llevarse a los chicos a dormir a su casa (no por nada le soporto sus deplorables aptitudes culinarias) y siguió con una ocurrencia sencilla pero novedosa: ya que estamos solos como novietes esta noche salgamos de lo común.

- ¿Qué y por dónde? preguntó la Tana, habitualmente desconfiada de mis raptos de inspiración.
- Nada de eso mujer, vamos a cenar a un restaurante mexicano, hice reservaciones para las diez.

Un local de construcción colonial muy bien ambientado (bah, digo yo sin saber de México más que por las aventuras de Speedy González), luz intimista, copones para Margaritas y aquella carta de platos incitantes y desconocidos. Créase o no, no soy un completo ignorante, por lo pronto tengo sabido que la cocina mexicana tiene identidad propia en la gastronomía internacional, no así, por ejemplo, la cocina criolla. Y ahí me lancé.

De entrada "chalupa mexicana" una tortilla crujiente con hebras de tocino, tomate en cubos y parmesano desmenuzado, de plato principal fajitos de pollo, lomo y verduras salteadas acompañados de arroz, pasta de frijoles y siete salsas típicas, de postre manzana morena; todo un banquete.

En particular dos de aquellas salsas merecen mención aparte. La verdad el picante no me acobarda, en el noroeste argentino crecen ajíes que te sacan el alma del cuerpo y los tolero, pero arremeter con el chile escabechado y con el chile cocido en salsa de soja sin ninguna previsión fué definitivamente imprudente. Con los labios anestesiados y media botella de vino pasada en auxilio del incendio, pregunté a la moza (camarera) si se trataba de variedades distintas de ají. Muy solícita contestó que era el mismo en preparaciones diferentes; una que realza su sabor naturalmente intenso y la otra que lo atenúa por la cocción. Debió decir: uno pica como la putísima madre y el otro como la recalcada madre que lo parió. Un tercer mejunje de crema agria obra el milagroso prodigio de apagar instantáneamente el ardor, haberlo sabido antes de bajarme la botella de una sentada, yo sólo conocía el truco de la miga de pan pero allí no sirven pan, sirven tortillas.

Terminó bien, llenitos, gratificados con la experiencia (sobre todo la Tana porque ella no corre riesgos) y con ganas de volver más informados la próxima vez.

Un dato a tomar en cuenta es que a comer delicias mexicanas no se va de corbata, el fajito traidor chorrea peor que la empanada salteña.

Ahora tengo una sabiduría más y una corbata menos.