lunes, 29 de octubre de 2007

Músculo traidor


Típico del Negro Blanco. Mientras tomábamos cerveza un viernes después del laburo, sin que nada hiciera anticipar lo que vendría, se descuelga con un - anoche quise atender a la jermu y el amigazo me dejó en banda, ¿a vos te pasó alguna vez? -
Mirá Negro - le dije - ya somos pendejos grandes, a los 40 pirulos las hormonas no andan en una Testarossa, pero la verdad todavía le acomodo el cuerpo. Será el estrés, ya se te va a pasar, además no es la peor cagada que te puede hacer el que te jedi.
- ¿Ah no? - vociferó exhasperado - ¿y qué mierda le mata el punto?
Te voy a decir lo que me pasó una vez a ver si seguís pensando en sintonía trágica: Cuando tenía 20 años empecé a trabajar en un renombrado Hospital público de esta Capital como contratado para tareas administrativas. A los pocos meses, vaivenes políticos mediante, las autoridades decidieron incorporar a la planta permanente a todos los que, como yo, éramos contratados. Para entonces ya tenía mi grupo de amigotes y era bastante conocido.
Un buen día nos llaman de personal para darnos turno para el exámen médico preocupacional a todos los recién ingresados (seríamos unos 8). El día en cuestión nos presentamos en el sector de medicina laboral que funcionaba en el mismo Hospital para las pruebas de sangre, orina y placas de torax de rutina en estos casos.
Terminada la primera etapa nos hicieron pasar al sector de rayos donde nos recibió una técnica que estaba más buena que una tostadita con manteca y azúcar, con la que fantaseábamos cuando la relojeábamos en el comedor de personal. Era rubia, unos 30 años, y hablaba como Betty Elizalde.
- Pasen a la sala 2, desvístanse completamente y pónganse una bata de las que hay allí - nos dijo.
Obedientes nos sacamos la ropa y nos pusimos unas batas que eran para chicos (es un Hospital de Pediatría y no había tamaño adulto) que nos quedaba abierta por ambos flancos y teníamos que sujetar con las dos manos para no quedar en pelotas. Me acuerdo que entramos alardeando, a full con el disco rayado de nuestras mentes pajeras, soñando despiertos con las tetas de la rubia y alardeando sobre nuestras habilidades orales, pero así como estábamos, expuestos y vulnerables en medio de un pasillo transitado, se nos fueron aplacando los ánimos.
La rubia nos hizo esperar a todos en la misma salita donde estaba el aparato y pasamos de a uno mientras los demás hacíamos el aguante. Yo pasé en tercer lugar.
La rubia me dice - ponete bien pegadito a la pantalla con los brazos en asa - para lo cual tuve que soltar los extremos de la bata dejando a la vista casi todo lo que pudiera verse. La primera placa salió mal y la rubia retándome, me agarra por la cadera y me empuja suavemente contra la pantalla.
- Quedate así quietito rico y no te muevas -
La sensación de sus manos en el extremo austral de mi espalda, y su voz susurrante me trajo inesperadamente a la memoria lo que habíamos estado hablando con los pibes antes de entrar y sin poder hacer nada por evitarlo tuve la erección más grande, consistente y duradera de toda mi vida. Ella se hizo dueña de la situación y ante las risotadas de los vagos que esperaban sentados, volvía a insistir - así no, más cerquita - dándome empujones suaves mientras trataba de no morir estrangulado por mi propia virilidad y disimular la ostensible carpa que había levantado.
El corazón es un músculo traidor, dicen, pero no es el único, Negro. Desde ese día y por casi diez años fué la anécdota obligada en cada oportunidad que hubo.
Haceme caso Negro, no enojes al amigo y si alguna vez manca hacé la vista gorda por cada alegría que te dió.

1 comentario:

*La Casalinga* dijo...

Decime, auditor, cómo no me habías dicho que pensabas abrir un blog?
Te lo habias guardado, eh?

Felicitaciones! y bienvenido a este mundo de locos rodeado por más locos.