lunes, 30 de marzo de 2009

Mis lavandas

Miren nada más qué lindas se ponen en esta época del año.

jueves, 12 de marzo de 2009

¿Qué es lo peor que has hecho en tu vida?

En general todos nos creemos buena gente en el balance final de la retrospectiva, es bastante improbable que alguien tenga una opinión en absoluto réproba de sí mismo y venimos de fábrica con el chip de la autoindulgencia ya instalado. Pero ¿a que vos también tenés algún agujero en el disfraz, a que alguna vez hiciste algo de lo que no hablarías ni con tu madre, y a que disfrutaste de ese rapto de maldad insolente como dice el tango?

Yo te cuento y vos también contame.

Fué durante un verano de adolescencia en que papá decidió que no habría vacaciones ese año. Su plan era utilizar el excedente financiero para hacer algunas reformas en la casa y todo el mundo a poner el hombro en la medida de sus posibilidades. Si uno se pone a pensar, el quilombo (y una obra por pequeña que sea siempre trae quilombo) considerado en si mismo, es tan buen programa como cualquier otro para muchachos de esa edad. Nos plegamos con gusto a la iniciativa paterna, todos menos mamá. En fin ya está dicho que no hay sistema sin perdedores.

Papá era de la idea de concentrar el máximo de recursos disponible en asegurar la calidad de los materiales pero su presupuesto (por aquello de que los bienes en sentido económico son siempre escasos y las necesidades infinitas) acusó iliquidez a la hora de contratar mano de obra. Alcanzó para el Negro, un albañil que llegó a vivir en casa, trabajando por techo, comida y dos mangos con cincuenta. Era un muchacho provinciano, poco mayor que nosotros cuyo coeficiente de palabras dichas/unidad de tiempo arrojaba una ratio negativa. Serio, circunspecto, prolijo, dedicado y fundamentalmente callado.

Nosotros no, fijate vos, mi hermano mayor y yo parecíamos cerdos retozando a los alaridos limpios entre escombros, mazazos y pelotones de arena que nos tirábamos a quemarropa.

La tarde en cuestión picábamos ladrillos y baldosas rotas para hacer el contrapiso del patio mientras el Negro soldaba unos caños que iban embutidos bajo la carpeta. En cierto momento Quique (mi hermano mayor) dejó por un rato la faena para ir a preparar unos mates y fué entonces cuando se me ocurrió la ideota (la idea bien grandota) y de sólo pensar en ella se me hacía imposible contener el acceso de risa.

Uniendo la acción al pensamiento, agarré la cucharita de la azucarera con un broche de madera, la calenté con el soplete hasta que se puso gris y volví a ponerla en su sitio cuidando de cubrir los rastros de azúcar quemada alrededor del cráter que se formó en la superficie blanca.

- No hagai eso Pablo - dijo el Negro en un esfuerzo comunicativo sin precedentes.
- No pasa nada, Negro, es una jodita - (me estoy cagando de risa mientras escribo).

Quique regresó con la pava y el mate, se sentó en el suelo con la yerbera/azucarera entre las piernas y agarró la cucharita. Tardó por lo menos un segundo en darse cuenta de lo que estaba pasando, tiempo durante el cual se escuchó un sonido como de tira de asado que están poniendo sobre la parrilla bien a punto, ahogado luego por el grito más atroz que hombre alguno haya oído alguna vez. Y lanzó al aire el instrumento de su tormento, el cual, esperamos, vuelva a caer a tierra uno de estos días.

La cara de Quique era una máscara hecha de dolor e interrogación puros mientras contemplaba como su mano derecha adquiría el aspecto de una ristra de morcillas vascas. Sólo entonces, recuerdo haber pensado que a lo mejor me fuí al carajo con la bromita; hecho del que tuve cabal comprensión cuando el damnificado me llenó la cara de sopapos y más tarde el viejo (la puta quemadura se puso peor al rato) el culo de patadas. Bueno, París bien vale una misa, dicen los que saben.

Leí el otro día que hay miles de toneladas de chatarra espacial orbitando alrededor de la Tierra; una de ellas, querido lector, es una cucharita, doy fe que está allí desde 1980.