miércoles, 22 de abril de 2009

De verdades incómodas y otros desastres naturales

Voy a recoger el guante que tiró Pal, pero sabido como es mi escasísimo fervor por la verdad y sus predicadores conviene dejar aclarado de antemano que tal vez me equivoco de medio a medio y no estoy dispuesto a morir por mis ideas.

Salvo más elevado criterio creo que en ningún ámbito resulta adecuado revelar exhaustivamente aquello que pertenece al fuero de la conciencia, al dominio de la íntima convicción, ni en aras de la sinceridad, ni del amor, ni de la amistad, ni del rigor profesional ni nadita na. Y no es por no haber probado otra cosa; será que no nací curioso ni enderezador de vidas ajenas.

Mi trabajo consiste sustancialmente en comparar el "deber ser" (la norma, el estándar) con el "ser" (la realidad), medir y documentar el desvío, recomendar soluciones pragmáticas e informar lo observado. La mejor opinión de un auditor es el silencio; si nada dice es que no hay nada que criticar. Recuerdo que al asumir como Presidente del Organismo para el que trabajo, mi actual jefe (donde manda capitán no manda marinero) me propuso un esquema de comunicación signado por la honestidad brutal:

"No tengas contemplaciones, hablá claro y sin anestesia" - dijo. Pero a poco de andar cambió de idea: "¿vos nunca ves el lado positivo?" - no, para eso están las abuelitas - "me estás llenando de observaciones" - y, en eso básicamente consiste lo que hago - y la afamada proclama de los funcionarios políticos (patente argentina): "no me pongas palos en la rueda". Quevacér.

En el orden de las relaciones humanas tampoco paga andar contestando lo que nadie pregunta y soltando verdades de a puño con fundamento en la bondad de las razones que se crea tener, cualesquiera sean. Casi nunca termina bien y en todo caso no cambia el hecho de que moriremos sabiendo mucho más por lo que intuímos que por lo que averiguamos.

Podría decirse que el criterio que postulo no está exento de interés personal habida cuenta que se acomoda a las mil maravillas a mi naturaleza de perfecta medianía con igual (incluso idéntico) número de éxitos y de fracasos en todos los aspectos de la vida. Pero realmente pienso así.

Nunca se me ocurriría preguntar ¿qué pensás de mí? o ¿soy lo bastante bueno? o ¿cómo me sale el asado? o ¿creés que soy un tigre en la cama? o ¿me querés? o ¿sos mi amigo?; no señor, hay modos más efectivos de enterarse y también de engañar las expectativas fallidas si se diera la ocasión. Mi táctica consiste en darlo por sentado hasta tanto sea terminantemente refutado por los hechos. No necesito el clásico "un aplauso para el asador" me basta contemplar esa obra de arte de mi creación y preguntarme en voz alta por qué será que nunca me sale bien para que los comensales se deshagan en halagos (la Tana dice que siempre me adelanto por un segundo a lo que tan justo estaba por decirme).

Y tampoco entro al conocimiento y dictamen de cuestiones que cualquier espejo resolvería mejor que yo. No me vengan con que si se les nota el ojo de vidrio o si les queda esa pilcha o si los noto excedidos de peso.

¿No creés que el mundo tiene demasiadas palabras (verdaderas y de las otras)? la vida, el amor, el compromiso, la lealtad, la eficiencia y otras visicitudes que realmente importan se expresan con elocuencia contundente sin necesidad de recurrir a ellas.

¿Sabes de algún muerto al que le hayan negado el certificado de defunción por no declarar su condición de tal?

Leí por ahí (o la Tana me contó) que Borges (Jorge Luis) decía que en el idioma de los esquimales hay más de 200 voces para referirse al hielo pero en todo el Corán no se menciona ni una sola vez la palabra camello. ¿Qué cosas no?

Ahora sí ya pueden criticarme.

viernes, 17 de abril de 2009

Celestina

Hace 15 días:

Lolita parada en su banquito de madera con el libro de cuentos abierto a modo de biblia en una mano y un par de galletitas en la otra para atraer la atención de los contrayentes, declaró marido y mujer a mis perros.

Hace una semana:

Lola: ¿Papá y vos no están casados, no?
Tana: Nop
Lola: ¿Pero es como si estuvieran?
Tana: Sip
Lola: Pero no están
Tana: Nop

Anoche:

Lola (en tono confidente): ¿Papá nunca te dijo de casarse ustedes dos?
Tana: Pero yo quiero que Papá me alce y me entre en brazos, si no nada
Lola: Porque ahora viene el cumpleaños de Goyo
Tana: ¿Y?
Lola: Y que podemos festejar nuestro bautismo, el casamiento de ustedes y el cumple de Goyo, todo junto
Tana: (cri-cri, cri-cri, cri-cri - sonido de grillos en la noche)

Vergüenza debiera darnos, tan flojitos de papeles y en casa de un auditor.

miércoles, 1 de abril de 2009

Crónica de una muerte anunciada

Mark y yo llegamos a odiar visceralmente a Mónica Juknat, hasta donde un chico de 6 años sea capaz de odiar. Se lo ganó en buena ley y sólo le tomó el año que se tarda en pasar a segundo grado.

En su favor puedo decir que tal vez no era la peor de todas, de hecho Frau Müller, la de tercero, impresionaba (con toda justicia) como la hija bastarda de Hitler y la Yiya Murano, pero la Juknat - bien cretina graciadió - era la maestra que nos había tocado en carne propia y en suerte, mala suerte donde la hubiera. Como marco de referencia vale aclarar que el concepto "derechos del niño" no formaba parte de la currícula obligatoria del magisterio hace casi 40 años, pero tanto da que lo fuera, porque pocas chances habría tenido una maestra instruída en derechos humanos de ser empleada en el colegio alemán al que mis padres me mandaban.

A Mark y a mí nos unía el espanto, ambos teníamos en común cierto talento innato para provocar su ira por mucho que nos empeñáramos en pasar inadvertidos. Para empezar llegábamos tarde a clase y ella lo tomaba como una afrenta personal deliberadamente enderezada a menoscabar su autoridad docente y para continuar sus clases nos embolaban en grado sumo al punto de hacerse evidente. Realmente no me molestaba la cotidiana referencia a mi persona como "la manzana podrida de la clase" (en ingeniosa y originalísima alusión a mi apellido) tanto como sus gritos destemplados y su afición a zamarrearme de los hombros. En fin, una bruja pérfida peor que la de Hansel y Gretel.

Una tarde Mark me confesó su secreto deseo de asesinarla y me pareció bien, una idea de indiscutible lógica, una empresa digna de concitar la mayor mancomunación de voluntades y esfuerzo, decididamente una misión de vida. Había cabos sueltos en su plan, hay que decirlo, pero era una propuesta tan encantadora, tan movilizadora, tan perfecta en sí misma que cualquier objeción le quedaba chica. Él se puso a trabajar en el método de extermino, yo revisaba sus ocurrencias y pulía los detalles.

Esperaba con ansia el recreo de las tres para enterarme del modo (cuanto más letal, insidioso y cruento, mejor) en que nuestra archienemiga dejaría el mundo de los vivos.

- Inventé una píldora venenosa que cuando la tome se muere - me decía Mark

(Ahh, ya podía verla ahogándose en espuma una vez que tragara la cápsula de antibiótico que Mark había vaciado reemplazando su contenido por jabón en polvo)

- ¿Y cómo haremos para que la tome? - contestaba yo rogando que hubiera pensado en ese pormenor.
- Bueno, si eso no funciona tengo esta jeringa (y la tenía porque su padre era médico) la llenamos de kerosén, se la inyectamos y se muere - replicaba Mark
- ¿Y no se dará cuenta? - dudaba yo.

No terminábamos de redondear los aspectos incidentales de aquel homicidio justiciero pese a que la indudable repercusión benéfica del evento (sobre todo para nosotros) nos tenía concentrados y laboriosos como hormigas.

(¡¡¡HORMIIIGAAAS!!!, CÓMO NO SE ME OCURRIÓ)

- Lo tengo Mark, juntamos muchas hormigas, las ponemos en su silla, se le meten por el culo y la devoran por dentro hasta dejar sólo los huesos pelados, lo ví en la película "Marabunta" - le dije eufórico.

Mark sonreía con alegría genuina, exhultante como quien ganó la lotería. Parece que él también había visto la película en Matiné como en el cine de canal 11 el sábado anterior.

- Empezamos a juntar en el próximo recreo - me dijo.

Y eso hicimos. Compramos una bolsita de palitos salados y la comimos en un instante a fin de disponer de un recipiente que contuviera a nuestras silenciosas y letales cómplices. El recreo no alcanzó más que para reunir 6 o 7 de ellas pero estábamos muy entusiasmados, el plan cobraba forma con la ventaja adicional de la impunidad; al fin y al cabo se la comerían las hormigas, ellas solitas y por su propia cuenta. Guardé la bolsita bien cerrada bajo la tapa de mi pupitre junto al resto de los útiles y me puse a imaginar la escena de la masacre.

Mark estaba que se salía de la vaina, murmurador, inquieto, no paraba de reirse hasta que llamó la atención de la Juknat quien a los gritos pelados lo reconvino por su comportamiento con saña tenaz.

- ¡Sígame gritando - dijo Mark - sígame gritando nomás, ya va a ver cuando Manzano (o sea yo) le ponga las hormigas que juntamos en el culo!

(Juro que en ese momento, la magnitud de la calamidad que se cernía sobre mí me impedía discernir si lo que estaba oyendo salía de la boca de Mark o de mi imaginación. Era como si le estuviera pasando a otro alumno lo bastante pelotudo como para intentar amasijar a la maestra y ser puesto en evidencia por su propio secuaz).

- ¿Manzano va a hacer qué cosa? - dijo la Juknat mientras levantaba la tapa de mi pupitre para descubrir la bolsita de las hormigas, a esta altura achicharradas por la sal y el encierro.

Nos echó del aula a ambos y pude observarla mientras escribía en mi cuaderno de clases una mala nota dividida en libros, partes, capítulos, secciones y artículos, con expresa citación de ambos dos progenitores de uno bajo pena de impedirme el ingreso a la escuela al día siguiente.

Fué la crónica de una muerte anunciada, la mía por supuesto, cuando llegué a casa me pegaron hasta los vecinos.