martes, 12 de febrero de 2008

Más caras y caras que parecen máscaras

Por razones de trabajo he visitado lugares de Argentina olvidados de la mano de Dios. Cierta vez partí desde la ciudad de Salta (la que con conocimiento de causa considero la más linda del país por lejos) hacia el Parque Nacional Baritu en el extremo nororiental del mapa, Provincia de Jujuy en el límite con Bolivia. Eramos 12personas en una camioneta Defender atravesando la selva boliviana por camino de montaña, a ritmo vertiginoso para llegar con luz de día. Manejaba un arquitecto alienado que no abrió la boca en todo el viaje.
Entrada la tarde llegamos a la localidad de Los Toldos, un paraje remoto que ostenta la particularidad de haber pertenecido a Bolivia antes de que se resolviera cierta cuestión limítrofe con fallo favorable a Argentina (aún quedan viejos residentes con documento boliviano). En el lugar no hay, literalmente, nada que evoque la civilización que conocemos, pero tanto yo como el resto de la comitiva estamos habituados a este tipo de incursiones.

Allí nos recibió el Intendente municipal ofreciéndonos alojamiento en lo que oficiosamente llamó el palacio municipal (un rancho que aventajaba por cierto al resto de la traza urbana pero sin aspirar siquiera a lo que podría llamarse una edificación modesta). Aceptamos, no por no desairar a las autoridades locales, sino a falta de opciones (no de mejores opciones sino de opciones en absoluto). Ocupamos dos habitaciones largas, con varias camas dispuestas en hilera, cada una de ellas con su propio baño, poblado de insectos descomunales y escuerzos que se juntaban para cenar. Pero como había una mujer en la comitiva el reparto fué once personas en una habitación y ella sola en la otra. El arquitecto enjuto y silencioso depositó prolijamente en su cama varios bultos con equipo y tendió a su lado una bolsa de dormir.

- Parece que viajamos con Wan Chan Kein - soltó un abogado del grupo y todos aliviamos la tensión del viaje con una carcajada a coro. El aludido hizo una mueca que, hoy día y analizada en retrospectiva, bien podría haber sido su equivalente a una sonrisa.

En el pueblo no había nada, ni restaurante, ni bar, ni hospedaje en ninguna de sus formas, ni comercios de ningún tipo a excepción de un pequeño almacén de ramos generales que funcionaba en el galpón de una casa de familia. La gente consumía básicamente lo que producía.

Recibimos a las fuerzas vivas del lugar (el único gendarme, el único guardaparque, el único cura, el único médico y el poblador más viejo) con la idea de consensuar un plan de protección para el yaguareté (monumento natural protegido) y evitar su caza (parece que al gatito le da por manducarse al ganado menor y a los perros de esa pobre gente y donde ven uno le tiran sin piedad). Para eso estábamos ahí; un equipo técnico de Parques Nacionales tratando de disuadir a la paisanada mientras ellos nos mostraban cicatrices resultantes del ataque de estos felinos adornadas por historias escalofriantes. Según supimos no es seguro caminar por Los Toldos después de que el sol se oculta porque son pocos los que sobreviven al entrevero con un ejemplar adulto (un macho llega a pesar 140 kg de garras, dientes y nervios).

Cumplida la agenda de ese día sobrevino la pregunta existencial: Qué y dónde cenaríamos. El guardaparque del lugar nos invitó a cenar a su casa prometiendo que haría un par de lechones al horno de barro.

Concurrimos puntuales y famélicos y rodeamos la mesa repleta de fuentes con empanadas de carne fritas en grasa de pella y dos lechoncitos recién salidos que inundaban el aire de aroma cordial. Con la venia del dueño de casa olvidamos todo vestigio de compostura y nos avalanzamos sobre el manjar entre gruñidos desesperados.

Al rato de comenzado el festín se escuchó a la dueña de casa diciéndole al arquitecto - ¿por qué no te servís algo?. Se hizo un silencio ominoso (parecido al que sucede cuando alguien se tira un pedo estruendoso en un evento social) y todas las miradas se centraron en él, hasta entonces sospechado de mudo.

Abrió la boca para decir cuatro palabras que transfigurarían memorablemente el rostro de nuestra amable anfitriona: - Es que soy vegetariano -

Noooo la putaqueterecontraparióinfelizdemierdaquenosvasacagarelbanquete - pensaba yo mientras la mujer lo miraba petrificada en un gesto de amalgama perfecta entre interrogación, desesperación y desorientación. Su reacción era atendible considerando la afrenta que supone para la gente simple no tener qué ofrecer al convidado y no comprender cabalmente lo que había escuchado.

Durante un instante eterno estuvieron mirándose en silencio ellos dos hasta que ella desvió los ojos hacia su marido en un mudo pedido de auxilio. Este le devolvió su mejor cara de pelotudo, no por maldad sino por incapacidad absoluta de resolver la situación.

- Vegetariano en qué sentido - preguntó por fin la señora mientras repasaba mentalmente la lista de todo lo comestible que tenía en su casa.

Y esta vez fueron ocho las palabras del susodicho: - En el sentido de que sólo como vegeta....
- To-to-to-tomate - interrumpió la doña - tengo un tomate -
- Eso sería perfec.... iba diciendo el gaznápiro, y ella - y puré Cheff ¿es vegetal? -
- Si señora, no se haga proble... -
- Y una naranja, creo que también tengo una naranja - dijo antes de salir despedida para la cocina.


Julio, mi compañero, aprovechando la distracción le soltó al inoportuno: Pero qué pelotudo fiera, si no avisás traete por lo menos tu lata de tomate! Nunca estuve tan de acuerdo con alguien.

De postre hubo cuaresmillos en almíbar (una especie de duraznito típico del norte llamado así por madurar justo para la cuaresma de semana santa).

Gracias a Dios son vegetales.

19 comentarios:

Luisa dijo...

Lo que me haces hacer, Pablo..tuve que buscar en google antes de seguir leyendo lo que era un "yaguareté", un jaguar...
hay unas frases antológicas,el relato de la cena pareciera sacado de una reunión tipica de mi familia.
Noté un resabito de inconformismo cuando relatas que la única mujer que los acompañaba se haya quedado para ella sola, una de las dos únicas habitaciones disponibles (PARA ONCE HOMBRES ) ni me quiero imaginar el olor a "fiera" por la mañana...dioos.

Pablo dijo...

El olor no me incomoda tanto porque me crié con otros tres hermanos varones. Lo insoportable son los ronquidos.

Luisa dijo...

¿tú no roncas?

Pablo dijo...

La verdad no, Luisa, al menos nunca tuve quejas en ese departamento. Cuando viajo llevo siempre unos tapones blandos para los oídos porque pasé varias noches en vela.

*La Casalinga* dijo...

Qué buena historia!
Muy bien contada, amigo.

Los vegetarianos me resultan antipáticos y egocéntricos: siempre quieren dar la nota, mostrarse diferentes al resto y te hacen sentir una bosta porque comés carne muerta como si fueses un caníbal.
Ya me parecía que algo raro tenía ese tipo, por la descripción que hiciste de su silencio durante el viaje.

Qué conclusiones sacaron acerca de la conservación del yaguareté al final?

Pablo dijo...

Sonia:
Un poblador contaba que acampó en la selva (a metros del pueblo) cierta vez que andaba arriando ganado. Hizo un fogón delante de la carpa y se metió adentro con la cabeza apuntando para afuera para escuchar mejor. Dijo que una hembra lo agarró por la cabeza y empezó a tirar para afuera con tanta buena suerte que mientras reculaba pisó la brasa y lo largó.
El tipo tenía 2 prolijas hendiduras cicatrizadas en ambas sienes.
A la gente de ahí no les importa la conservación del "gato" como lo llaman pero ocurre que en las miles de hectáreas de selva (paranaense y yunga) sólo quedan menos de 100 ejemplares. Está en franca vía de extinción y por eso es monumento nacional protegido.

Es una lucha de día a día.

*La Casalinga* dijo...

Pablito:

a mí también me molestan los ex convictos que, apenas salen de la cárcel, no tienen mejor idea que entrar a robar, tomándote como rehen, pegarte (con suerte si no te violan), y saquearte las pertenencias y la confianza para el resto de tu vida. Sin embargo, no pido que los maten a todos (también parecen ser monumento nacional protegido fuera de la cárcel, no adentro) y en conclusión, debo convivir con estos depredadores y con la seguridad de que en cualquier momento, uno de ellos atacará a alguno de mi familia, casualmente igual que los pobladores del lugar que contaste y "los gatos" salvajes que están en vías de extinción.

Todos vivimos en la selva, Pablo...

Pablo dijo...

Me encanta tu manera de pensar, Sonia. Pero hay un matiz que pasaste por alto: El yaguareté no busca problemas, busca comida; y si su casa (la selva) no fuera cada vez más chica tendría oportunidad de encontrarla sin toparse con seres humanos.

No todos los casos son iguales por supuesto, pero en general los ladrones quieren obtener sin esfuerzo lo que cuesta una vida de trabajo.

Un beso grande, amiga.

*La Casalinga* dijo...

Pablin:

los ladrones ex convicyos, en general, tampoco buscan problemas ni comida: buscan paco y saben que lo obtienen canjeándolo por objetos ajenos.
Lo que quiero decir, es que los nativos de la zona, se quejan de hinchapelotas que son, nomás!
Todos debemos defendernos o cuidarnos de algún peligro inminente.
Y si ponene rejas como hacemos nosotros?
(se podrá enrejar el pajerío en donde viven los yaguaretés?)

*La Casalinga* dijo...

Fe de erratas

CONVICYOS= CONVICTOS
PONENE= PONEN

Anónimo dijo...

Muy buena tu historia!!!me hiciste reir porque está tan bien contada que "veía " a todos, en especial al vegetariano.Cada uno come como quiere ,pero me ha tocado viajar con vegetarianos y cuando nos sentábamos a comer y yo pedía un bife de chorizo o una milanesa me miraban como si yo hubiese matado a la vaca a martillazos.
En cuanto al yaguareté me apena que esté en extinción porque es un bellísimo animal al igual que todos los felinos .

Luisa dijo...

Justito así, Julieta!! (pablo,ha de disculpar de usar su blog tan indscriminadamente para usos varios) ésa frase define a la perfección el sentimiento que existe entre un vegetariano y los pobrecitos cavernícolas que nos encanta la carne.
"...yo pedía un bife de chorizo o una milanesa me miraban como si yo hubiese matado a la vaca a martillazos..."

Anónimo dijo...

juajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajaj

ay! dioooossss... si, poh... así es nomás... yo estuve en una reserva indígena, y no fuí capaz de almorzar con la gente ... no fui capaz... participé en una "minga" (toda la comunidad cocecha un campo detrás de otro) pero no en el almuerzo colectivo... es que los estudiantes, lo hicimos tan mal!!! y después le vamos a comer la comida...ay! hay veces que todas las opciones son malas... yo inventé un dolor de cabeza y desaparecí... por suerte lo de vegetariana nonono... juajajajaja

Yo a los vegetarianos moralistas siempre les cuento que YO me como una vaca completa, no le hago asco a nada, eso si es moral! y no matar el bicho pa'los puros zapatos! he dicho.

Anónimo dijo...

(ah! y aquí entre nos: yo ronco...)

*La Casalinga* dijo...

Pablo

no se puede cerrar el hábitat de algún modo y separar la hacienda?

Pablo dijo...

Sonia:

La conservación y la economía tienen las mismas diferencias irreconciliables que la naturaleza y la cultura (el matrimonio es un buen ejemplo de eso).

Conservar es preservar ecosistemas, es decir procesos ecológicos que empiezan y terminan donde quieren sin tomar en cuenta las fronteras artificiosas del hombre. Un yaguareté necesita al menos 5000 Hectáreas para cumplir su plan natural. Por eso (y por el hecho de que su piel cotiza a unos U$D 7000 promedio según su estado) sólo quedan alrededor de 50 en nuestra selva paranaense (Misiones)y otro tanto en nuestra yunga (Salta y Jujuy).

Si alambramos las áreas núcleo (lo cual no es fácil ni barato considerando la topografía del terreno además del impacto ambiental) no lo matarán a tiros pero tal vez nunca encuentre una pareja para reproducirse.

Además, los grandes problemas ambientales no tienen tanto que ver con la relación entre el hombre y la naturaleza como con la relación de los hombre entre sí. Esas pobres gentes están confinadas a un lugar inhóspito y sin reales posibilidades de crecimiento. Mejorando eso, mucho mejoraría.

Pablo dijo...

Luisa y Pal:

El espécimen en cuestión estaba en inferioridad numérica como para soltar postulados radicales, pero ahora que lo mencionan recuerdo que miraba los lechoncitos humeantes con el rictus sombrío y trágico de los rostros que miran pasar un cortejo fúnebre.

Si hasta me parece que se persignó y todo. En fin, no somos nada.

*La Casalinga* dijo...

Pará un poco!

Analicemos:

1) ellos se mueven dentro de un espacio donde cuentan con todo lo necesario para subsistir, verdad? No resistirían en un hábitat que no fuese el suyo y ese lo es.
Si se alambrara de manera tal que se pudiese evitar la invasión mutua y el peligro que eso conlleva, no sería caro sinó impagable ya que evitarían que la gente tuviese que defenderse para sobrevivir al ataque.

2)Qué impacto ambiental? Si no estoy proponiendo talar árboles o modificar el escenario?

3)Si no quieren alambrar por todas las explicaciones que me diste, entonces, no queda opción posible. Tarde o temprano, van a terminar extinguiéndose ellos y acabando con la población del lugar antes.

4) Qué quieren? Protegerlos? Pues protéjanlos, caracho!

5) Si no quieren alambrar, por qué no les ponen la pared eléctrica que se usan en los countrys para que los perros no pasen del límite de su casa? Eso, cercando las casas y los caminos del pueblo que se me ocurre, deben ser tramos cortos. Manda unos pocos voltios, no les haría nada a los gatitos...

Pablo dijo...

Claro que terminarán extinguiéndose, Sonia, y nosotros también junto con toda la biodiversidad que existe.

Un ecosistema es un equilibrio de factores; alterando cualquiera de ellos los otros también se modifican.

Ensayemos un modelo de escala previsible: Si se alambra la selva en toda dimensión (digamos medio millón de hectáreas) las aves que comen semillas para ablandar la cáscara y permitir que broten comenzarán a posarse en los alambres. Una al ladito de la otra cagarán sus semillas siguiendo el tendido del alambrado y las plantas comenzarán a competir por luz, nutrientes y espacio. Probablemente esto modifique la tasa de ejemplares que lleguen a eda reproductiva y con ello tal vez provoquen cambios alimenticios en las especies que consumían sus frutos. Es imposible prever las consecuencias de alterar un ecosistema.

Mención aparte merece el tema de los costos, fijate cuando vas por la ruta la cantidad de hacienda suelta que hay al costado. Eso es porque la mayor inversión en el campo es alambrar y mantener el alambrado.

Un campo promedio en la pampa húmeda tiene 400 hectáreas, multiplicá ese costo por millones y tendrías que el Estado gasta más en alambre que en salud pública.

Todo tiene su vuelta de tuerca.