miércoles, 27 de febrero de 2008

Madre hay una sola, que si no ....

Si hubiera más de una madre por cristiano vivo, el matricidio sería acaso el delito más frecuente en la historia universal de la criminología.

La mía enviudó relativamente joven y con todas las materias aprobadas: Casó a sus cuatro hijos varones (de 38 a 44 años en escala ascendente), cobra jubilación y pensión y vive sin sobresaltos en su casita del barrio de Belgrano que acaba de remodelar a gusto. Lo que le falta no es el problema sino lo que le sobra: tiempo.

Por eso pasa sus días repartida entre las casas de sus hijos cumpliendo cabalmente su papel de abuela de 9 nietos y abnegada colaboradora de sus nueras. No se retiró de la profesión ni parece que tenga pensado hacerlo en el mediano plazo.

Nunca, ni un solo día desatiende sus deberes autoimpuestos; que a mi hermano menor le pagan poco, que el mayor está muy gordo, que alguna cuñada se rasca todo el día, que la otra trabaja fuera de casa y desatiende a su familia, que yo fumo demasiado, que malcrío a mis hijos y una larga lista de etcéteras. Todo cabe en su minucioso reporte.

Hace unos días, pasando revista por el cuarto de mis hijos después de acostarlos, encontré a Lola (de 4 años) llorando angustiada sentada en la cama. Como es bastante novelera no es inusual que monte estas escenas, pero había algo en su llanto.

- ¿Qué pasa Lolita?
- Es que estoy triste porque pronto te vas a morir y me voy a quedar sin papá (buahhh!)
- No, (mentí con la perfecta impavidez con que solemos hacerlo los abogados) los padres nunca se mueren hasta que sus hijos son grandes. No hay de qué preocuparse.
- Siiii! porque adentro de la panza tenemos pulmones para respirar y los tuyos se están purriendo (léase "pudriendo).
- Ehhhh? ¿de dónde sacaste eso?
- El abuelito Enrique (mi padre a quien Lola no llegó a conocer) se murió porque fumaba y fumaba, y después que dejó de fumar los pulmones se le purrieron igual porque ya era tarde.

- ¿Quién te contó Lolita? - pregunté mientras sentía agolparse en mis sienes una ira familiar.
- La abuela Silvia (ayviejademierdametidaydesbocadayavasavercuandoteagarreylareputísimamadrequeteparió)
- Ahora dormite Lolita, mañana cuando te despiertes todavía voy a estar vivo y nos vamos a la granja chocolatada.

Tardó en dormirse, entre sollozos y no hubo con qué consolarla.

Entretanto, la Tana (su madre), con ese gesto mitad solemne y mitad despiadado que reserva para ocasiones como esta, lo dijo todo sin abrir la boca: "hay que matar a tu vieja" gritaban sus ojos, "dejame a mí, tal vez alcance con golpearla salvajemente sin llegar a una solución tan definitiva" contesté también en silencio.

A la mañana siguiente Lola se levantó como si tal cosa y fue directo a sus asuntos, pero yo - con una noche de reflexión a cuestas - todavía quería sangre.

La llamé y apenas escuché su voz le dije a los gritos: ¡perocomomierdaseteocurremortificarasíaunanenachiquitaqueestáenplenaetapaderealismomágicoconlaimaginaciónalgalopeysinningúnmecanismodedefensapsicológicaquelepermitaentenderlaideadelamuerteymenosladesupropiopadre (respiré)! ¿notealcanzaconmandarmetodoslosdíasmailsdondesemuestranpulmonescancerososyrelatostrágicosdefamiliasdestruídasporelcigarrilloparamachacartambiénconlapsiquisdeunanenitamierdacarajo?

Ella, con su habitual parsimonia:

- Eso para que veas lo que le hacés a tus hijos con ese vicio maldito!
- Yo no hago nada, sos vos la que aterrorizaste a Lola - repliqué.

Y como pasa siempre cerró el diálogo con una frase capital, de imposible refutación racional, y provocadora más allá de los frenos psíquicos que inhiben el impulso homicida:

- Bah, el terror es bueno para los chicos.

miércoles, 20 de febrero de 2008

El hombre más poderoso de la Tierra

I. Introducción

Todos tenemos una cuota de poder y la usamos. Generalmente viene dada por la suma de posibilidades de hecho a nuestro alcance, con límite más o menos preciso en el sistema de creencias y valores de una sociedad en un momento determinado. Y no es menos cierto – y fácilmente comprobable – que por mínima que sea esa porción de poder, quien la detenta tiende a abusar de ella.

Acaso por eso moderamos los términos en los que devolvemos un café tibio para que lo calienten nuevamente, sabedores de que tras la puerta de la cocina perdemos el control de la bebida a manos del mozo que nos sirve.

Tratamos cordialmente al personal subalterno concientes de que cualquier autoridad formal se desdibuja en los innumerables aspectos de la tarea que reposan en la confianza por la imposibilidad práctica de controlarlo todo en todo momento.

Nadie en su sano juicio irritaría adrede a la secretaria del jefe y siempre nos damos tiempo para charlar con cadetes, porteros, asistentes, meritorios, recepcionistas, etc.

Todos ellos tienen algún poder de hecho que puede beneficiarnos o perjudicarnos en alguna medida.

Un conocido aforismo de la administración pública afirma que el orden de despacho de las decisiones ministeriales no es resorte del ministro sino del ordenanza que apila los expedientes.

Sobre esta realidad incontestable nos advierte el famoso gaucho Martín Fierro cuando dice “hasta el pelo más delgado hace su sombra en el suelo”.

El problema adquiere ribetes de proporción cuando a ese poder de hecho – necesariamente creciente a medida que se asciende en los estratos sociales – se añade el poder formal devenido del máximo vértice del ordenamiento jurídico, cuyo principal depositario, en los sistemas presidencialistas, es el primer magistrado, el titular del Poder Ejecutivo.

Y es que, como responsable de ejecutar la ley en aras del bien común, bienestar general o cualquier otra fórmula laxa (que justifique siempre y de cualquier manera su ejercicio) y único árbitro e intérprete soberano de ese interés que procura, el Ejecutivo puede echar mano a soluciones materiales e inmediatas de las que carecen los demás poderes estatales, al ser sus decisiones generalmente colegiadas y sujetas a complejos mecanismos de producción.

Esto explica la creciente expansión – no sin riesgo para la salud republicana – de su ámbito de actuación, ya avanzando sobre las incumbencias de los demás poderes públicos o aún peor invadiendo la esfera subjetiva individual.

La vieja idea de un único poder estatal actuante por el cauce de funciones plurales, independientes, yuxtapuestas y recíprocamente controladas para garantía de los ciudadanos, tiene hoy mayor vigencia académica que práctica.

Ya enseñaba Genaro Carrió que todo se origina en el uso híbrido de la palabra poder, que unas veces connota potestad, competencia, atribución y otras – según el contexto – fuerza, dominio, poderío. “De allí hay un solo paso a afirmar que el sujeto o entidad en cuestión tiene las atribuciones porque dispone de la fuerza” . Y con ese mismo lenguaje acrítico se habla de potencia cuando se alude a los países que por sus condiciones geopolíticas, económicas y militares predominan en el concierto de las naciones.

Ahora bien, mediando algún esfuerzo de interpretación es posible concluir que el máximo poder así concebido está en manos de la suprema autoridad gubernamental de dichos países, el Presidente; el responsable de los destinos de todo un pueblo, el hombre fuerte. Veamos.

II. El hombre más poderoso de la Tierra.

Del presidente de los Estados Unidos de América se dice que es el líder del mundo civilizado, el hombre más poderoso de la Tierra; y parece una afirmación cierta en varios aspectos, particularmente en el plano de las relaciones internacionales.

Ningún otro hombre en el mundo cuenta con el poderío militar necesario para desatar una guerra termonuclear global y autoerigirse en adalid de la paz para impedir el desarrollo de armas de destrucción masiva en el resto del mundo.

¿Quién sino él, fundado sólo en la bondad de las razones que cree tener, podría señalar de modo irrefutable las naciones que integran el Eje del Mal, ordenando bombardeos y ocupaciones en dichos territorios contra el criterio manifiesto de su propio Congreso, de la opinión pública mundial y del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas?

Nadie además de él puede disponer un desembolso de 40.000 millones de dólares en 48 horas, como ocurrió con la ayuda financiera de emergencia que autorizó el Fondo Monetario Internacional – por su intercesión – a favor de México en oportunidad del sismo que asoló ese país en 1.995. No gratuitamente, por supuesto.

Y es con su bendición que se han alzado y derrocado gobiernos en Latinoamérica, Asia y otros países tercermundistas a lo largo de su historia reciente, consintiendo o tolerando los mayores abusos cometidos contra sus poblaciones civiles sin restar siquiera un poco de lustre a su título de máximo garante y defensor de los derechos humanos en el mundo libre.

Es tal vez el único mandatario que puede impulsar tratados de derechos humanos vinculantes para todos los países signatarios, sin que su propio país adhiera a los términos en ellos convenidos.

Por todas estas potestades extraordinarias podría decirse que el presidente de los EEUU no tiene iguales. Los demás jefes de estado sólo ostentan grados diferentes de adhesión y preferencia de la Casa Blanca pero no son, más que protocolarmente, sus pares.

III. ¿El hombre más poderoso de la Tierra?

Sin embargo probablemente no tenga tantos motivos como cree para sentirse inmenso reclinado en su sillón del despacho oval Porque tal vez él, que puede destruir varias veces el planeta, torcer el rumbo de la economía mundial, instituir y destituir gobiernos, jugar a la guerra cuando quiera y afectar con sus decisiones a miles de millones de personas, jamás imaginó, ni en su optimismo más desaforado, que un Presidente pueda por sí:

- concentrar el grueso de la iniciativa parlamentaria;
- derogar por decreto leyes sancionadas por el Congreso;
- nombrar sus propios ministros y demás autoridades sin acuerdo del Senado;
- crear personas jurídicas públicas estatales y asignarles misiones, funciones y recursos del presupuesto público sin autorización parlamentaria;
- establecer haciendas paraestatales también con fondos públicos;
- designar y remover a discreción a los titulares de los entes reguladores de servicios públicos, instituidos en garantía de los consumidores;
- forzar las estadísticas de las cuentas nacionales e indicadores económicos por vía de presionar a las autoridades regulatorias;
- cambiar íntegramente la composición de la Corte Suprema utilizando espuriamente el mecanismo institucional del juicio político;
- alterar mediante actos de imperio las prestaciones convenidas en contratos particulares,
- modificar a su arbitrio el destino de las partidas aprobadas por ley de presupuesto,
- dictar normas que suspendan no sólo la ejecución de sentencias contra su Administración sino incluso la continuidad de tales pleitos,
- cancelar dichas sentencias con bonos de aceptación obligatoria por él mismo emitidos,
- fijar unilateralmente los plazos de caducidad de acciones y derechos para demandar al Estado, y
- emitir letras paralelas a la circulación monetaria (lecop, patacones, etc.) y determinar su fuerza cancelatoria de obligaciones.

Y resistir pese a todo el juicio de la historia bajo el conjuro infalible de una emergencia pública endémica, terminal, insuperable y para siempre agónica.

IV. Perspectivas

Estas sencillas reflexiones no bastan, por supuesto, para restar porte a la consolidada reputación del mandatario norteamericano. Tampoco para distraer por un instante la mirada internacional que lo sigue celosamente, pocas veces celebrando y muchas otras padeciendo sus decisiones.

Pero acaso sí para llamar la atención sobre un hecho apenas advertido: puertas adentro, en lo cotidiano, donde está lo profundo, cualquier presidente argentino ha sido o es más poderoso.

lunes, 18 de febrero de 2008

Atenta invitación de Sonia

No sé si lo que hoy deseo tendrá vigencia a cierto tiempo vista (a menos que vaya a morir mañana justamente), tampoco si la selección de eventos que seguidamente se detallan son realmente los más representativos, pero, fiel al mandato, escribiré las ocho cosas de un tirón, sin segundas lecturas y sin ediciones; como hacen los valientes.

Aquí van, no necesariamente en orden de prelación:

1) Ver a todos mis hijos encaminados, felices, y satisfechos consigo mismo en su vida adulta.

2) Hacer un crucero de 3 meses por los mares del caribe, en un velero tripulado por 6 marineritas regalonas de entre 21 y 23 años, ataviadas únicamente con la gorra y el cuellito respectivos.

3) Pescar un marlín azul (pez espada o pez vela) de 250 kg, si me alcanza el tiempo con todo lo que hay que hacer en ese velero.

4) Que la Tana acepte mi invitación a compartir el crucero conmigo porque cuando no la tengo cerca me siento como perdido.

5) Doctorarme (menos por aspiración intelectual que por obsesión en terminar lo que empecé), publicar mi tesis y que alguien la lea (todo en uno).

6) Conseguir una autorización gubernamental vitalicia y gratuita de libre estacionamiento y circulación válida en todo el país.

7) Ganar sin esfuerzo una suma de dinero tal que me convenga más hacer donaciones para ayudar a todo el mundo - y deducirlas del impuesto a las ganancias - que invertirla en plazo fijo.

8) Contribuir a que la Tierra siga siendo un lugar habitable para las generaciones futuras.


Si tuviera tan sólo 2 deseos más la felicidad sería completa: a) que Independiente gane por diferencia de 2 goles todos los partidos que juegue de aquí a que yo muera; y b) que haya paz.

A partir de este momento las emisoras que integran la Cadena Nacional de Radiodifusión continúan con la emisión de sus respectivos programas.

martes, 12 de febrero de 2008

Más caras y caras que parecen máscaras

Por razones de trabajo he visitado lugares de Argentina olvidados de la mano de Dios. Cierta vez partí desde la ciudad de Salta (la que con conocimiento de causa considero la más linda del país por lejos) hacia el Parque Nacional Baritu en el extremo nororiental del mapa, Provincia de Jujuy en el límite con Bolivia. Eramos 12personas en una camioneta Defender atravesando la selva boliviana por camino de montaña, a ritmo vertiginoso para llegar con luz de día. Manejaba un arquitecto alienado que no abrió la boca en todo el viaje.
Entrada la tarde llegamos a la localidad de Los Toldos, un paraje remoto que ostenta la particularidad de haber pertenecido a Bolivia antes de que se resolviera cierta cuestión limítrofe con fallo favorable a Argentina (aún quedan viejos residentes con documento boliviano). En el lugar no hay, literalmente, nada que evoque la civilización que conocemos, pero tanto yo como el resto de la comitiva estamos habituados a este tipo de incursiones.

Allí nos recibió el Intendente municipal ofreciéndonos alojamiento en lo que oficiosamente llamó el palacio municipal (un rancho que aventajaba por cierto al resto de la traza urbana pero sin aspirar siquiera a lo que podría llamarse una edificación modesta). Aceptamos, no por no desairar a las autoridades locales, sino a falta de opciones (no de mejores opciones sino de opciones en absoluto). Ocupamos dos habitaciones largas, con varias camas dispuestas en hilera, cada una de ellas con su propio baño, poblado de insectos descomunales y escuerzos que se juntaban para cenar. Pero como había una mujer en la comitiva el reparto fué once personas en una habitación y ella sola en la otra. El arquitecto enjuto y silencioso depositó prolijamente en su cama varios bultos con equipo y tendió a su lado una bolsa de dormir.

- Parece que viajamos con Wan Chan Kein - soltó un abogado del grupo y todos aliviamos la tensión del viaje con una carcajada a coro. El aludido hizo una mueca que, hoy día y analizada en retrospectiva, bien podría haber sido su equivalente a una sonrisa.

En el pueblo no había nada, ni restaurante, ni bar, ni hospedaje en ninguna de sus formas, ni comercios de ningún tipo a excepción de un pequeño almacén de ramos generales que funcionaba en el galpón de una casa de familia. La gente consumía básicamente lo que producía.

Recibimos a las fuerzas vivas del lugar (el único gendarme, el único guardaparque, el único cura, el único médico y el poblador más viejo) con la idea de consensuar un plan de protección para el yaguareté (monumento natural protegido) y evitar su caza (parece que al gatito le da por manducarse al ganado menor y a los perros de esa pobre gente y donde ven uno le tiran sin piedad). Para eso estábamos ahí; un equipo técnico de Parques Nacionales tratando de disuadir a la paisanada mientras ellos nos mostraban cicatrices resultantes del ataque de estos felinos adornadas por historias escalofriantes. Según supimos no es seguro caminar por Los Toldos después de que el sol se oculta porque son pocos los que sobreviven al entrevero con un ejemplar adulto (un macho llega a pesar 140 kg de garras, dientes y nervios).

Cumplida la agenda de ese día sobrevino la pregunta existencial: Qué y dónde cenaríamos. El guardaparque del lugar nos invitó a cenar a su casa prometiendo que haría un par de lechones al horno de barro.

Concurrimos puntuales y famélicos y rodeamos la mesa repleta de fuentes con empanadas de carne fritas en grasa de pella y dos lechoncitos recién salidos que inundaban el aire de aroma cordial. Con la venia del dueño de casa olvidamos todo vestigio de compostura y nos avalanzamos sobre el manjar entre gruñidos desesperados.

Al rato de comenzado el festín se escuchó a la dueña de casa diciéndole al arquitecto - ¿por qué no te servís algo?. Se hizo un silencio ominoso (parecido al que sucede cuando alguien se tira un pedo estruendoso en un evento social) y todas las miradas se centraron en él, hasta entonces sospechado de mudo.

Abrió la boca para decir cuatro palabras que transfigurarían memorablemente el rostro de nuestra amable anfitriona: - Es que soy vegetariano -

Noooo la putaqueterecontraparióinfelizdemierdaquenosvasacagarelbanquete - pensaba yo mientras la mujer lo miraba petrificada en un gesto de amalgama perfecta entre interrogación, desesperación y desorientación. Su reacción era atendible considerando la afrenta que supone para la gente simple no tener qué ofrecer al convidado y no comprender cabalmente lo que había escuchado.

Durante un instante eterno estuvieron mirándose en silencio ellos dos hasta que ella desvió los ojos hacia su marido en un mudo pedido de auxilio. Este le devolvió su mejor cara de pelotudo, no por maldad sino por incapacidad absoluta de resolver la situación.

- Vegetariano en qué sentido - preguntó por fin la señora mientras repasaba mentalmente la lista de todo lo comestible que tenía en su casa.

Y esta vez fueron ocho las palabras del susodicho: - En el sentido de que sólo como vegeta....
- To-to-to-tomate - interrumpió la doña - tengo un tomate -
- Eso sería perfec.... iba diciendo el gaznápiro, y ella - y puré Cheff ¿es vegetal? -
- Si señora, no se haga proble... -
- Y una naranja, creo que también tengo una naranja - dijo antes de salir despedida para la cocina.


Julio, mi compañero, aprovechando la distracción le soltó al inoportuno: Pero qué pelotudo fiera, si no avisás traete por lo menos tu lata de tomate! Nunca estuve tan de acuerdo con alguien.

De postre hubo cuaresmillos en almíbar (una especie de duraznito típico del norte llamado así por madurar justo para la cuaresma de semana santa).

Gracias a Dios son vegetales.

lunes, 11 de febrero de 2008

No somos semillas

Lola: Mamá por qué son tan flacos vos y papá en la foto sobre la cómoda?
Tana: Porque éramos muy jóvenes.
Lola: Y yo ya estaba en tu panza?
Tana: No, vos viniste mucho después.
Lola: y cómo hice para meterme en tu panza?
Tana: Resulta que papá me dió una semillita que se juntó con otra semillita que yo tenía en la panza y así naciste vos.
Lola: Mamá, no somos semillas!
Tana: Bueno Lola, papá me dió una especie de semilla que se llama espermatozoide y yo tenía un huevito que se llama óvulo. Cuando se juntaron en mi panza te formaste vos.
Lola: AHHH.

Escuché el diálogo mientras lidiaba con el sol del domingo que hacía esfuerzos por terminar de despertarme. Creí que lo peor había pasado. Minutos después...

Lola: Papá, cómo hiciste para poner tu "patozoide" en la panza de Mamá?
Yo: Mirá Lola, hace tanto que ya no me acuerdo, por qué no le preguntas a ella?
Lola: No hace mucho, tengo 4, además al Tano (su hermano Gregorio) lo pusiste después; de él tampoco te acordás?

Tana (en off): Lola, a tomar la leche!

(Dios te bendiga mujer). Tardé 5 segundos en vestirme y salir a comprar lo que sea.