Cada verano la misma historia, con todas las materias de ciencias exactas al hombro y peligrando en algún caso el pase de año, al volver de las vacaciones mi madre me hacía cumplir un exilio forzoso de casi dos meses en la antigua casona de mi abuela ubicada en Villa Ballester, lugar que concentra una muestra importante de alemanes inmigrantes en el gran Buenos Aires. Así son los teutones, Dios los cría y ellos se juntan. No es que a la Colorada le faltara empeño para enderezar retoños torcidos como quien suscribe, pero tampoco se podía soslayar la implacable eficiencia de la vieja y su scoring impecable de hacerme aprobar todos los años todas las materias pendientes, así que era una fija nacional, el 16 de enero de cada año yo partía, mochila y libros a cuestas, a tomar el tren que va al noroeste.
Mi abuela Margarita (Margretta Johanna Heinze), Margie para su entorno cercano, fue, según yo lo discierno, la mismísima personificación del pragmatismo, capaz como pocas de poner en blanco sobre negro esa compleja gama de matices grises que integra la realidad. Su pensamiento era simple y secuencial; hay reglas a ser cumplidas y hay que hacer lo que hay que hacer, no como si pudiera o no hacerse o hacerse de modo distinto - incluso con una variación infinitesimal - a lo prescripto por la regla, no no; HAY QUE HACER LO QUE HAY QUE HACER, no se si me explico.
Para ser honesto yo disfrutaba de aquellas excursiones y la misión en general se me hacía hasta placentera porque - cierto si - había una agenda estricta de asistencia a la profesora particular que ella contrataba ad efectum por la mañana y cumplimiento efectivo y comprobable de todas los ejercicios que me daba como tarea para el otro día por las tardes, pero también mejoraba notablemente la oferta gastronómica a la que estaba acostumbrado, no sólo porque la vieja tenía manos mágicas (toda su vida eran sus manos) sino también y principalmente porque siempre tuvo una poco disimulada predilección por mí. Mi abuelo solía decir que el día que yo nací se le paró el reloj y ahí quedó todo el amor que tenía hasta el fin de sus días. Digamos si ella me preguntaba qué quería para cenar y a mí se me antojaba un sandwich de oreja de chimpancé con tomate y mayonesa en pan de centeno lo peor que podía pasarme esa noche era que no hubiera conseguido pan de centeno. Mi abuela me amaba más según creo de lo que amó jamás a nadie, era algo palpable.
El aspecto social era la única regla que se me hacía cuesta arriba, en lo que duraba el retiro y hasta el examen en ciernes quedaba absoluta, terminante, inmutable, inclaudicable e insuperablemente prohibida bajo toda circunstancia cualquier salida nocturna de cualquier naturaleza; después de la cena alguna película en la tele y antes de la medianoche a dormir que mañana tempranito había clase particular de la que sólo podía eximirme muriendo durante el sueño. De lunes a viernes vaya y pase pero el sábado me agarraba como cosa nomás de pensar en la terrible joda que estarían disfrutando mis amigos. Algo había que hacer.
Puesto en la necesidad me brotan las coplas como agua de manantial así que uniendo acción y pensamiento me las arreglé para hablar por teléfono público con Dino (en la casa no había teléfono, públicos muy pocos en el barrio y que encima funcionara todo un prodigio) y quedamos en que me pasaría a buscar a la medianoche de aquel sábado para irnos de turné por ahí. El plan era que él se apostaría en la vereda de enfrente (es un barrio de casa bajas) y a las 12:00 en punto haría tres guiños con linterna hacia la ventana de mi cuarto en la planta alta, yo respondería con idéntica contraseña que no había moros en la costa y hecho esto saldría por la ventana, caminaría por el techo de tejas hasta la medianera y por ella hasta cruzar el jardín y saltar a la calle y regresaría por el mismo camino antes del amanecer sin que se hubiera advertido mi ausencia. Hasta hoy sostenemos, tanto Dino como yo, que aquel fue de nuestros mejores planes, tan bueno que incluso casi funcionó.
(continuará)
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21 comentarios:
Ese "casi funcionó" me dice que el plan NO FUNCIONÓ.
Qué suertudo me saliste Pablito, mira que tener una abuela así (y tan escondidita ¿eh?, no habías hablado de ella), qué lujo.
OH! si, me dejaste frita con tamaña abuela.
Y desde ya, apuesto que la vieja le dió ella misma la señal a Dino para después ponerlos en aceite hirviendo a los dos.
(Yo siempre fui buena alumna, pero solo porque nunca entendí tener tamaños problemas por no estudiar. La suma y resta de las consecuencias me hacía ser más pragmática que tu abuela. Cumplir rapidito y salir rajando. Era mi moto. Ya sabes donde se me cansaron las piernas.)
Me como las uñas pensando en que va a pasar.
Y yo voy a contar una pero de los actuales, que tampoco son menos divertidos que aquellos.
No me intriga tanto cómo salió mal todo, sino el castigo que te pusieron. ¡Espero la continuación!
No Luisita, igual que Chernobyl, casi funcionó.
Pal, las exactas y yo nunca nos llevamos bien y esa relación tortuosa empezó en 2º año del secundario. Al principio sólo fue matemáticas, después se sumaron física y química; en fin chino básico, eso sí nunca una humanística.
¿Cuál castigo, Ashi, el 1º o el 2º?
Lograr que se visualice toda una vida en unas manos es algo que jamás nos dará una ciencia exacta. Y tu texto acaba de lograrlo en mí. Curioso, porque yo también odiaba las matemáticas y la física. Y en el verano de 1986 sufrí como "castigo" ser el báculo de mi abuela en un balneario, sito en un pueblo, cuyos sexagenarios habitantes tenían por actividad más peligrosa sacar una silla a la calle para ver pasar la vida de los otros. Y claro que lo disfrutaba, como tú. Como cada vez que se pone orden en el desorden. Como cada vez que la vida se simplifica tanto que necesitas encontrar emociones en lo cotidiano. Mi abuela, en un afán por apurar sus días, se levantaba a las 5 y media de la mañana, y yo con ella. A las 9 ya estaba hecha la compra. A las 10 casi se había acabado el día. Y fíjate, siempre lo recuerdo como uno de mis mejores veranos. Orden al caos. Y mucho, mucho amor.
Nuevamente los gemelos separados al nacer recuerdan al unísono. Pero si hasta el post de una abuelita de cada uno han subido, y al mismo tiempo.
¿Por qué de paso no empiezan juntitos una manualidad en punto cruz, por ejemplo, y cada uno la sigue de su lado del océano? Porque quiero comprobar si bordan lo mismo y terminan al mismo tiempo...
Siameses, bruja, siameses, y vieras lo linda que me está quedando la mantilla. Vos Juancho como vas?
Compadre siempre pienso en mi abuela como en el rey Midas que transformaba en oro lo que tocaba; podría jurar sobre la biblia que el pan con manteca hecho por sus manos tenía mejor gusto, probablemente el mejor gusto del mundo.
Algunas pequeñas diferencias sí hay, Ashi. Primero, hay un margen de casi una semana entre mi post y el de mi siamés. Segundo, Pablo habla de su abuela. Yo hablo de Mama Antonia, a la que sólo me unieron lazos afectivos, aunque para el caso viene a ser lo mesmamente lo mesmo. Compadre, entre tú y yo vamos a hacerle a Ashi un tapete que cubra una mesa de veinte. En el centro, si nos aplicamos va un dibujo de Hugonote. Y si sobra tapete, uso habrá que darle.
jajajajajaja Ashi!!
cabrita!!!
(y mira que estuve dándole vueltas y vueltas para decir lo que tú en dos patadas)
(o dos ladridos)
juro que no estaba el comentario de Juan cuando leí y luego escribí el mío...
qué cosas. :S
Eso, podrían ir bordando cada uno desde su lado y encontrarse en un punto medio, geográfico y del tapete.
Cada uno, en esa isla del atlántico da la última puntada de su lado y ambas agujitas se chocan en un "ting!", cual campanita argentina. Y los delfines que rodean la isla bailan hacia un lado, y hacia el otro, haciendo iiii iiii.
Pablito, por estar deteniendo a So, te olvidas de la otra!!
cuidadorrrr con la Ashi!!!
jajajaja, me imaginé perfecto el iiiiiii iiii jajajaja
¿Cierto? Asomando sus narices puntiagudas por sobre el agüita, "iiii" "iiiii", jajaja
esperando, sentado en el piso, piernas cruzadas, la pera en una mano y el codo en la rodilla, respirando por la nariz, haciendo 8s en la arena con el dedo... a ver cuál fue el precio de subestimar los poderes en ejercicio...
Todo el mundo sabe que los delfines hacen hiii, hiii con hache aspirada, para que veas.
Ya va Martín, ¿vos querés sangre? vas a tener.
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