lunes, 18 de abril de 2011

Güevos, lo que se dice güevos

En el paraje El Lipeo, corazón de la yunga salteña al límite con Bolivia y sede del PN Baritu vive una antigua pobladora (antigua en el cabal sentido de la palabra que tanto designa su permanencia en el sitio como sus incontables años) de nombre Felipa. Allí estábamos mi equipo y yo, acovachados en el destacamento de Parques Nacionales para protegernos de la lluvia y de la noche (cuando llueve en la selva llueve en serio) esperando la cena que preparaba Luciana y tratando de convencer a Gretel, la guardaparque que nos acompañaba, de que encendiera de una puta vez el grupo electrógeno porque ya no podíamos vernos los dedos.

Unos tímidos aplausos a la usanza local indicaron que teníamos visita, es cosa que siempre me maravilla ver cómo en esos lugares despoblados la gente se visita por el puro gusto de mirar una cara nueva y contarle algo a alguien. Tenía razón Aristóteles, ubi homo ibi societas.

Felipa, una viejita de no mas de metro y medio y 40 kilos mojada, entró sonriendo y nos saludó uno a uno preguntando de dónde veníamos y pa´qué éramos güenos. Esa es otra curiosidad que jamás me pasa inadvertida, la gente de tierra adentro necesita saber lo que uno hace por lo que pudiera tener de útil dado el caso. En el grupo habíamos dos abogados, un biólogo y una veterinaria, flaco favor le hicimos digo yo.

Y se sentó con la taza de café entre las manos y se puso a hablar de cosas estremecedoras con tanto hábito, con tanta familiaridad que se te helaba la sangre en las venas nomás de escucharla. Hablaba acentuando las palabras de un modo extraño (por ejemplo "maíz" lo decía "máiz"), costaba entenderla, pero Gretel nos oficiaba de traductora simultánea. Y así, displicentemente, mientras desmenuzaba el pedazo de pan que le convidamos ("pan alto" dijo entusiasmada, porque ellos hacen una especie de torta de harina mas bien chata) nos contó que vivía en su rancho a unos 7 km de donde estábamos, subiendo el faldeo por senderos de selva, y que plantaba maíz y tenía algunas gallinas, un par de ovejas y unas tres o cuatro vacas.

- ¿Y qué edad tiene doña Felipa? Y que no lleva la cuenta, que no se acuerda cuántos tenía cuando su papá la anotó en el Registro Civil, que su documento dice 75 años pero tiene algunos más.

- ¿Y NO TIENE MIEDO DE VOLVERSE SOLA DE NOCHE POR LA SELVA? Y que no, que sólo tuvo miedo una vez a los 8 años cuando su padre la llevó a arriar unas cabezas en los faldeos y la dejó "abajito de un alero" (Gretel aclaró que así llaman a las salientes de roca en la montaña) mientras él bajaba al pueblo a "chuparse" (darle al trago) y ella ahí, solita en la selva, acompañada de su perro y algunas provisiones hasta que el viejo volvió a la semana, y "esa güelta sí que hei tenido miedo". Lola tiene 8 años, imagínense mis escalofríos.

- ¿Y ahora se vuelve a su casa o se queda por aquí en lo de algún vecino? Y que se vuelve nomás caminando despacito y cuando se cansa se echa un rato y que más de una vez amaneció al costado de la huella porque se quedó dormida (dormida en una jungla asfixiante y llena de peligros reales, tangibles y potencialmente mortales).

- ¿Y alguna vez se topó con alguna víbora? Y que sí, que la han picado dos veces de niña y una vez ya mayor y que la primera vez le dió una fiebre mala y su mama la curó con no sé qué preparado y que la última vez ya lo sintió "ni poquito".

- ¿Y ha visto yaguaretés cerca de su casa? Y que sí "ai visto al gato" y que no hace mucho notó que el cordero que había dejado "liado a un palo en el patio" no estaba y que la cuerda tirante se metía en la maleza y los perros ladraban y que ella se puso a tirar de la soga y allí estaba el gato (un yaguareté que en un mal días es capaz de matar un toro de 500 kg y al que le basta un sólo zarpazo para filetear a esta vieja como pa´milanesas) a tres metros de ella prendido al anca del cordero y la miraba con los ojos amarillos, las orejas redondas y la cola "moviendo", "roncándole feo" (esta simple expresión me erizó todos los pelos de la nuca) y que "se le ai puesto a duelear al gato porque no le lleve el cordero" (duelear = enfrentar, disputarle la presa, yo creo que en su lugar hubiera ido a buscar otro cordero más gordito para ofrecérselo) y que el bicho tiró y tiró y terminó llevando.

Cuando Felipa partió, se habló de la adaptación al ambiente, de la familiaridad con el peligro como neutralizante del miedo y bla, bla, bla; puede ser que para ella represente menos riesgo vivir en la selva que cruzar Libertador en hora pico, por ejemplo, pero cualquiera que se ponga a peludear con un gato de 120 kilos hambriento no tiene huevos, tiene GÜEVOS lo que dice GÜEVOS,




¿o no?

3 comentarios:

pal dijo...

absolutamente cierto.
La verdad es que ella tiró y tiró porque estaba allí... una nunca sabe de lo que es capaz hasta que le toca. Igual te contaba muerta de la risa de como salió rajando... y no pasa nada, hay derecho.
A mi me gusta estar sola, pero creo que ese tipo de soledad no me gustaría... aunque no sé... a veces me dan ganas de arrancar pa Islandia...

Pablo dijo...

Te cuento que salir corriendo es tan justo el comportamiento que un depredador espera de la presa, eso es algo los lugareños saben bien sabido. No digo que te pongas a duelear con un gato pero si alguna vez te encontrás con uno miralo a los ojos y extendé los brazos para parecer más grande. Igual y te morfa descaradamente pero es tan buen consejo como cualquier otro.

pal dijo...

Estoy más bien lejos de ese tipo de peligros, pero como conozco lo de los terremotos, le diré que a veces saber que hacer distráe del ataque de histeria, y otras veces no. Yo tomo nota de lo de quedarme tranquila y de que es por lo de la presa y etc pero no le aseguro que no me haga primero pipi y después salga rajando igual sin ni media posibilidad de salvar el pellejo y los huesos.