martes, 6 de mayo de 2008

El que ríe último ríe mejor

Toda familia tiene sus clásicos. Desde que mis viajes de trabajo se hicieron más frecuentes se me hizo costumbre volver con alguna cosa para los chicos. Tanto, que lo último que escucho antes de subir al remise que me lleva al aeroparque es la voz chillona de Lola deshaciéndose en recomendaciones y "noteolvides" al respecto. Con el tiempo también se me fué agotando el repertorio y empecé a repetir los obsequios que compro - dicho sea de paso - en los mismos comercios de cada lugar al que voy. Es así que la niña, ni lerda ni perezosa, aprendió a identificar el destino con el potencial regalo que recibirá a mi regreso. Goyo en cambio recibe lo que venga y se pone a chusmear el equipaje antes incluso de saludarme.

Volvía a Bariloche, como tantas veces (sé que muchos disfrutan esta ciudad turística pero a mí ya me tiene las bolas por el suelo) con el mandato expreso de traerles una caja con ositos de chocolate, pero esta vez se me ocurrió innovar. Con los minutos contados me puse a indagar otras propuestas y elegí una simpática cajita que venía con variado surtido de animalitos de chocolate relleno: mono, león, jirafa, oso, etc. "Esto les va a encantar" - pensé.

A la vuelta, cada uno con la suya entre las manos, despedazaban el envoltorio como aves rapaces.

"Pueden comer tres figuras solamente" - sentenció la Tana y entonces pasó lo que nunca hubiera esperado: Goyo tardó un nanosegundo en zamparse dos bombones al mismo tiempo y sacar el tercero antes de que su madre le arrebatara el tesoro, pero Lola, en cambio, generalmente igual de desesperada (como si nunca le dieran una puta golosina), sólo comió dos y devolvió el restante a su caja asegurándose de marcarla para poder diferenciarla (todavía no sabe contar al bulto).

La operación se repitió dos o tres días hasta que sucedió el hecho futuro pero fatalmente cierto: Goyo retiró el último bocado de su cajita y Lola atesoraba todavía tres unidades. Mientras esto ocurría la Tana advirtió a la pequeña que estaba obrando de mala fe y que la vida suele ocuparse de equilibrar las injusticias, probablemente pensando en compensar de algún modo al pobre crío que miraba extasiado y con las alforjas vacías cómo su hermana disfrutaba, con lentitud y deleite exhasperantes, el remanente de su fortuna.

Goyo no lloró, sus ojitos por supuesto estaban hipnotizados por las golosinas que Lola blandía en cada mano, pero no hizo el menor berrinche, el mínimo gesto de pesadumbre. La maniobra había fallado; tanto esfuerzo puesto en hacer desear para no provocar interés alguno trajo consigo su propio desinterés, no en el chocolate claro sino en la platea que la observaba como al descuido. Y se relajó. Ese fué su error.

El Tano volvió a sus asuntos como si tal cosa lanzando cada tanto furtivas miradas a la ultimísima y codiciada jirafa rellena de dulce de leche que Lolita sostenía. Y al rato, a plena carrera, calculando la distancia que lo separaba del refugio, asestó el zarpazo triunfal, se engulló el botín y se parapetó tras la falda de la Tana, todo eso como cinco segundos antes de que Lola se diera cuenta de lo que había pasado. Hubo que agarrarla entre dos para que no lo asesinara.

La verdad es que el Tano pierde la mayoría de las disputas con su hermana, pero cuando se trata de facturar, cuando está en juego lo que realmente importa, bien haría ella en no arriesgar la chance, porque, está demostrado, no reirá siempre pero siempre ríe al final.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

me pasó observar la misma técnica... pero yo los cuido, no son mis hijos... lo único malo es que los padres le aplauden lo "ahorrativa"... yo no quise jugar el juego junté los regalos y repartí a todo aquel que estuviera comiendo hasta que se acabaran. Porcioné, pero para todos. La niña que tiene 4, no entendía la lógica... le dije simplemente que mientras hubiera, se le daba al que lo necesitaba, eso si, yo hacía rondas de repartija el que todavía tenía quedaba para la próxima ronda... la cosa era disfrutar, cada cual a su velocidad... aunque la alternativa de no meterse me parece lo mejor a largo plazo, advertir y no meterse.
Punto para uds.
Me gustó tu manera de observar y contar.

Pablo dijo...

Pal, la Tana le decía a Lolita que en una de esas los animalitos de su caja se iban a mudar a la caja de Goyo porque había más espacio. Claro que Lola no tomó en serio la advertencia (el realismo mágico propio de su edad no da para tanto) y siguió en su empeño capitalista de acumular reservas mientras su hermano las despilfarraba.
No tengo nada en contra de las ideas liberales pero me parece desacertado contar plata delante de los pobres; no se puede ser sin el otro y mucho menos a propósito. Este es un ejemplo de proporción reducida, cuánto peor será en escalas mayores donde los que no tienen, no alcanzan o no pueden son siempre muchísimos más que los que sí.
Un beso.

Anónimo dijo...

ESO
otro